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lunes, octubre 6

PABLO AMARGO PARA WIRTSCHAFTS WOCHE


Las imágenes que nos están llegando generadas por la IA generativa son felizmente decepcionantes. Efectistas, estereotipadas, relamidas, carentes de subtextos y muy parecidas entre sí. Parecen salidas de un catálogo New Age o de almanaques religiosos. Sin duda son reflejo de las limitaciones iconográficas de quien las genero.

Aquellos ilustradores que han apostado por la autoría no deberían sentirse muy preocupados. Aunque es probable que ese camino también acabe explorándose.

Independientemente de hacia dónde pueda derivar la revolución, los creadores de imágenes se están encontrando en una contradicción existencial. Si bien necesitan mostrar en las plataformas digitales su trabajo, al mismo tiempo son conscientes de que al hacerlo estarán alimentando a aquello que más les va a perjudicar.

Es como si, cada vez que se adentra uno en el bosque, esté al mismo tiempo señalando a las empresas deforestadoras donde se encuentra la mejor madera.

Resulta necesario ahora reivindicar el trabajo analógico, los cuadernos, el papel y el lápiz. 

Que sea este, al menos, el huerto privado que escape a la depredación.





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