Es posible que la cualidad que ha convertido a Pablo
Amargo en uno de los ilustradores españoles más premiados, reconocidos y,
sobre todo, reconocibles, se encuentre en su convicción sin fisuras en la
soberanía de la imagen. No es solo que, como podría hacerlo un artista
plástico, la considere como depositaria de valores formales y estéticos al
margen de cualquier contenido; más bien al contrario, y aun creando imágenes
de singular belleza, se trata del modo en que las valora precisamente como un medio
idóneo y autosuficiente para transmitir contenidos. Todo el trabajo de Amargo
se basa en esa confianza en la autonomía de la imagen como lenguaje pleno,
capaz de comunicar los conceptos más complejos y sutiles con la misma
eficacia que un texto escrito. Quizá incluso con más, habida cuenta de la
universalidad de ciertos signos y símbolos.
De ahí proviene la peculiar mezcla de delicia visual y de
tensión interpretativa que envuelve al visitante en la exposición que hasta el
17 de mayo repasa la trayectoria de Pablo Amargo el Centro Cultural Antiguo
Instituto de Gijón; una retrospectiva que se recorre en un estado de
suspensión similar al que se experimenta en la escucha atenta de un mensaje
escueto y distante o ante un enigma, compensado con creces por la belleza de
las imágenes que nos lo proponen y la satisfacción que produce su descifrado.
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