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[...] El día que visitaba su exposición, una mujer que había
a mi lado contemplando sus ilustraciones, comentó: “Este tío es un genio…”. Así
que me puse en contacto con él. Siempre tengo la esperanza de que algo tan
bueno e incómodo como debe ser la genialidad se me pegue.
[...] Me cuenta que no espera por nadie más de veinte minutos, que al año sólo hace diez –ni uno más ni uno menos- trabajos “gratuitos” para los amigos. Y también, que no posee móvil, ni coche, ni sale de copas, y aunque tiene novia… cada uno en su casa esté.
“Pablo -le digo-, tú eres un poco freaky, no pareces de este país”. Me mira sorprendido.
[...] Me cuenta que no espera por nadie más de veinte minutos, que al año sólo hace diez –ni uno más ni uno menos- trabajos “gratuitos” para los amigos. Y también, que no posee móvil, ni coche, ni sale de copas, y aunque tiene novia… cada uno en su casa esté.
“Pablo -le digo-, tú eres un poco freaky, no pareces de este país”. Me mira sorprendido.
[...] “¿Una definición del arte? Yo creo que la vida
tiene como micro huecos por donde la mente es capaz de pasar a otro espacio
donde no hay ninguna idea del yo, es un deslizamiento de la mente para pasar de
una realidad a otra, y el arte es una de las mejores llaves para llegar a ese
otro espacio. Y no hablo de la fantasía, no hay nada menos imaginativo que la
fantasía. El arte tiene que ver con la magia, que es algo muy distinto”
[...] “Es que el arte a partir de las vanguardias se
volvió especulativo, antes estaba preocupado por representar la naturaleza y
ahora al arte le preocupa la naturaleza de la representación… Yo estuve en
Milán y allí hay una lata de Manzoni, y a mí me pareció fantástico… Y es que yo
reivindico para el arte la capacidad de admiración y de sorpresa. El arte es
una religión: hay que creer para ver y, aunque a veces nos la cuelen, prefiero ir de ingenuo y dejarme llevar
por la propuesta”.
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